El testimonio - Su maestro le regaló un Catón. En el frente le escribían las cartas para su madre. Con catorce años (1934) yo estaba guardando animales en Las Cabrerizas, y de noche veníamos hasta el pueblo, que estaba a dos kilómetros, donde nos daba clases un maestro nacional llamado don Juan, que le decíamos Cara Ancha. Doña Pilar era su mujer. Los dos daban clases en una escuelita a los niños chicos de día, y a los mayores de noche. Cuando el padre no podía, nos daba clase un hijo de ellos, José María. Juan me regaló a mí el librito de El Catón, para que yo me aplicara. Y me sirvió después, porque yo me lo llevaba cuando iba a guardar
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Aprendió con los maestros de campo Francisco Salmerón y Andrés Señor
El testimonio - Aprendió con los maestros de campo Francisco Salmerón y Andrés Señor Mi maestro se llamaba Francisco Salmerón y venía a casa un día sí y otro no. Yo ya era algo mayor cuando mi padre nos lo puso. Él era de Granada, y cuando llegaba a casa decía muy ligero, “bueenos diías; sentarse ustedes”. Nosotros, como no habíamos visto a nadie que hablara diferente, pensábamos, “¡qué bien dice el maestro los buenos días!”. El maestro nos ponía cuentas en la pizarra (porque nos equivocábamos mucho), al otro día no venía, y al siguiente nos repasaba la tarea. O nos ponía en la parte de arriba de un cuaderno, “aprenderé a ayudar a mi padre”, o “vale más el saber que
Dos hijos suyos aprendieron con el maestro Alfonso Santander
El testimonio - Dos hijos suyos aprendieron con el maestro Alfonso Santander antes de entrar en la Escuela Hogar. Alfonso Santander Castilla, de Facinas, les dio clases a mis niños entre 1968 y 1972, cuando vivíamos en la finca de El Pedregoso. Yo vivía donde está el pantano, y allí venía a dar clases a mis hijos mayores: Domingo y Cristóbal, que nacieron en 1963 y 1965. José Luis y Pepi, que nacieron en 1968 y 1970, aprendieron en otra escuela, porque entonces nos habíamos trasladado a otra finca donde le dieron trabajo a mi marido. Mi Domingo aprendió mucho con él. Yo recuerdo que el maestro lo castigaba poniéndole una peseta en la punta de la nariz, y que la sujetara contra