El testimonio - Donde comía el maestro, comía también su esposa Hacia 1946, el maestro Andrés Señor venía a dar clase a mis hermanos. Mi hermana Isabel no sabe nada; ella era mayor y estaba con la tarea de la casa. Yo era chica y quería jugar y aprender; estaba encima, mirando, porque me gustaba cómo explicaba. Entonces mi madre le dijo al maestro, “¡Venga, dale clases también a la niña!”. Estuve unos cuatro meses con él. Cuando el maestro marchó seguí aprendiendo, porque me gustaba. Aprendí sola; ¿para qué voy a decir otra cosa? Con cartillas, iba juntando las letras, la “a” y la “b”, e iba leyendo. Me gusta leer los papeles. Me canso y lo dejo, pero me gusta. Hubo un
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Francisco Trujillo daba clases en la gañanía del cortijo de Ramos
El testimonio - Francisco Trujillo daba clases en la gañanía del cortijo de Ramos. El maestro Castillo enseñó a su padre y a sus tíos. Su madre les daba clases. En el cortijo de Ramos conocí al maestro Francisco Trujillo. Él enseñaba a la familia de mi abuelo y de un hermano suyo, y en otros cortijos cercanos. En el cortijo los trabajadores dormían en lo que llamaban la gañanía. En la misma gañanía había una mesa grande, que es donde comía el personal, y donde el maestro nos daba clase. A algunos trabajadores jóvenes también “les daba lección” (como se decía entonces) por la noche, cuando terminaban la jornada de trabajo. Nos enseñaba con una enciclopedia, y nos daba clases de lo
Su maestro no enseñaba religión
El testimonio - Su maestro, Jerónimo, no enseñaba religión, pero ella lo aprendió por su cuenta. Sus abuelos y sus padres sabían leer y escribir. En mi casa habíamos tres hermanos (dos hembras y un varón, el pequeño), y Jerónimo nos daba clase una o dos horas. Jerónimo empezaba a dar clases por el Cortijo de La Tabla, luego al cortijo de Cantos, a La Angostura (que era el nuestro) y a La Herradura. La mayoría de estos cortijos ya no tiene gente. En los años cincuenta, cuando yo le conocí, Jerónimo era ya mayor. Iba con un bastoncito, el pobre. Era un hombre muy cariñoso y agradable con nosotros. Fumaba demasiado, incluso dando clase. Era de estos fumadores antiguos que no sacudían
Alfonso Santander Castilla, maestro ambulante
El testimonio - Trabajó como maestro ambulante para las familias de la finca de El Pedregoso. Cuando tenía 28 años el cura me dijo que quería que fuera de maestro a la finca de El Pedregoso. "Me han dicho que tú puedes enseñarles y quiero que les prepares para la comunión". Y estuve allí hasta 1972; cuatro años, enseñando a leer y escribir al tiempo que les enseñaba religión. Yo conocía ya a Ventura Rebolo, el guarda de la finca, y a las familias donde iba a enseñar, porque en el tiempo del racionamiento mi padre repartía las raciones del pan en Facinas, y guardaba las raciones de la gente del campo, que no podían venir en el horario del reparto. Estas familias